sábado, 4 de mayo de 2013

Vivir con otro es vivir en un proceso permanente de siembra y cosecha amorosa.


Mucho se ha dicho y escrito acerca de la magia del amor y mucho se ha sufrido a causa de la ilusión que esa magia evoca. Se dicen cosas como: “Todo lo que necesitas es amor”, “El amor lo puede todo”, “Cuando hay amor todo se arregla”, “Amar es no tener que pedir perdón”, “Mi amor va hacer que él/ella cambie”, “Yo voy hacer que me ame” y muchas más. Con frecuencia, esas frases son los preludios o los testimonios de profundos y prolongados dolores.

Confiar la dicha afectiva a la magia del amor es, de algún modo, delegar nuestra responsabilidad en la construcción, alimentación y transformación del vínculo. Tanto el amor como su magia son abstracciones. “Todo lo que necesitas es amor.” ¿Y cómo necesitas ese amor? ¿Qué cosas deberían

ocurrir para sentir que lo recibes? ¿Cómo sabe la persona que te ama qué es lo que necesitas y cuál es el modo de dártelo? “Necesito que me ames” es una petición conmovedora. ¿Cómo amarte? ¿Sabes cómo amarme? ¿Reemplazará la magia del amor a aquello que no nos decimos, que no nos pedimos, que no nos enseñamos?.

¿Por qué nos amamos? ¿Cómo sabemos que nos amamos? ¿Por la música de fondo de nuestros encuentros? ¿Por la forma en la que nos miramos? .

Vivir con otra persona significa comprometerse en la construcción del camino que lleva del enamoramiento al amor. El enamoramiento es una chispa necesaria para el arranque pero también es pura incertidumbre. El amor es la cosecha de una siembra. El amor ve, sabe, y tiene la magia de lo cierto. El enamoramiento vive de la ilusión y el amor de la vivencia.

Hay tres características del enamoramiento que no cuadran con el amor: magia, ceguera e inmediatez. El amor no es mágico, no de momento; necesita tiempo, permanencia, conocimiento, siembra, gestación y cosecha. Entonces es cuando se ve el resultado.

El maestro espiritual Krishnamurti decía: “El amor no fusiona, no amolda, no es personal ni impersonal, es un estado del ser que la mente no puede encontrar; sólo cuando el corazón se vacía de las cosas de la mente hay amor”. Las cosas de la mente son el prejuicio, la expectativa, la manipulación, el cálculo, la obsesión. El amor es un estado del ser, no es el resultado de una búsqueda. “No tengo que ir detrás de él, no tengo que perseguirlo”, decía Krishnamurti. Si lo persigo no es amor, es una recompensa. Y citaré, por último, esta hermosa frase suya: “¡Qué maravilloso es poder amar a una persona sin esperar nada de ella a cabio!”.

Cuando actuamos y realizamos nuestros actos desinteresadamente, este desapego se llama amor. Si lo que hago por tu dicha es algo que me duele, me empobrece, me fastidia, me mortifica, pero a cambio espero algo de la otra persona (su reconocimiento, su amor, su perdón, su admiración,) ya vuelvo al apego, a la búsqueda del resultado, al pensamiento. El amor es un estado de ser que impulsa, entre los que se aman, dos círculos amorosos que se atraen y giran, el uno hacia el otro. Siembra y cosecha se dan en el mismo acto. Cuando funciona así dejamos de perseguirlo. No es necesario. Vives con él. No hay amor que no empiece en el enamoramiento. No hay vínculo que perdure en el enamoramiento.



Autora:

Arantza Larraza,


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