sábado, 4 de mayo de 2013

CREAR UN ESPACIO PARA LA INTIMIDAD.


Pocas cosas hay más reconfortantes en la vida que abrir del todo nuestro corazón a otra persona, saber que comprenderá nuestros sentimientos y que nos ofrecerá a cambio la oportunidad de comprender los suyos. Esos momentos mágicos de encuentro y conexión a veces se pierden o se descuidan en la pareja, pero siempre es posible recuperarlos si nos une el deseo de darles un espacio en nuestra relación.

Hay una reflexión que llamó mi atención de Concha Buika. Decía así: “Guardamos secretos en nuestro corazón, no por lo que vayan a pensar de ellos los demás sino por miedo a no ser comprendidos”.

Muchas personas que llevan años conviviendo con su pareja, incluso con la que comparten hijos y una historia, no disfrutan de una vida íntima en común que los enriquezcan; actúan casi como unos desconocidos con sus parejas, manteniendo la mayor parte de su mundo personal en secreto.

No me refiero a que tengan secretos que no quieran compartir por miedo a que puedan dar al traste con la relación, ni tampoco a que esta sea tan conflictiva que no haya posibilidad de crear un espacio de intimidad en el que poder abrirse y compartir. No, no es ese el asunto sino que, en unos casos, estas personas perdieron por el camino la intimidad con su pareja y acabaron viviendo de añoranzas del pasado, recordando aquellos momentos mágicos en los que la relación estaba cargada de intimidad; pareciera que para ellos, como dice el poeta Jorge Manrique “cualquier tiempo pasado fue mejor”. En otros casos, se trata simplemente de que estas personas no han aprendido a construir un espacio de intimidad enriquecedor al lado de su pareja, tal vez, como decía Buika, más por el miedo a no ser comprendidos que a lo que puedan pensar ellos.

En la complicidad perdida, son más los que han perdido por el camino la intimidad en la relación que los que no han aprendido a crear esa experiencia conjunta con sus parejas. Sí, hay una gran cantidad de relaciones de pareja en las que ambos miembros sienten que aquel pasado de intimidad del cual una vez disfrutaron se ha ido evaporando poco a poco con el transcurrir de los años, como polvo que lleva el viento. Viven ahora de la añoranza y a espera de que algún milagroso acontecimiento les devuelva aquella gozosa experiencia.

Pero no son conscientes de que esta actitud de espera que adoptan se asemeja mucho a la de aquellas personas que desean que les toque la lotería sin comprar un décimo. Volver a experimentar una intimidad gozosa con su pareja no es algo que les vaya a caer del cielo. Quizá lo fue, un regalo caído del cielo, en un primer momento de la relación, en esa etapa a la que llamamos enamoramiento y en la que la atracción y el deseo de cercanía e intimidad surgían espontáneamente y sin esfuerzo, como un arrebato primaveral del corazón.

Pero lo cierto es que ahora la intimidad, la convivencia que compartimos en el día a día, la que no se mueve por grandes pasiones ni arrebatos sino por compromisos profundos que se manifiestan en múltiples detalles, requiere un renovado y muy específico impulso: el deseo de crear de nuevo y conjuntamente ese espacio compartido que facilite la intimidad y nos ayude a sobreponernos a la soledad en la que nos hemos estancado. El poeta Uruguayo Mario Benedetti lo expresa magistralmente en sus versos cuando escribe: “Quiero que me relates el duelo que te callas, por mi parte te ofrezco mi última confianza. Estás sola, estoy solo, pero a veces puede la soledad ser una llama”.

Querer construir, ese estado de intimidad compartida en la pareja es el resultado de un hábito, de un proceso que se construye a lo largo del tiempo y que requiere, por tanto, de la inversión de tiempo, de energías y de un trabajo conjunto con el ser querido. Es cierto que resulta primordial comprender y aceptar este requisito volitivo como medio para alcanzar esa experiencia de intimidad madura en la pareja. Pero también es verdad que, aunque se trate de un esfuerzo, de una decisión consciente, de una inversión de energías ( y no de un regalo caído del cielo) esta noble empresa del corazón nos puede brindar un provecho mucho mayor que los esfuerzos que nos demanda.

Además de esta actitud e inversión de energías conjunta, que cada miembro de la pareja disponga de un fondo personal que dé garantías a la relación. Al fondo que me refiero es a la conveniencia de que exista, previamente, un cierto grado de conocimiento personal en cada uno, de un mínimo de claridad respecto de la posición de cada uno, de cuáles son los sentimientos, deseos y anhelos, el proyecto de vida personal, los valores y principios… Y es que cuando nos sentimos

internamente bien clarificados, y con un rumbo definido, es mucho más fácil que podamos compartir un camino en intimidad al lado del otro. Quien se ha aventurado a conocerse y a intimar consigo mismo es capaz de abrir una brecha en su interior a través de la cual se permite salir y mostrarse tal cual es, dejando acceder al ser querido hasta lo más profundo del corazón y adentrándose asimismo con solvencia en el mundo íntimo y personal de tu pareja.

Cuando hemos aprendido a escucharnos con el corazón, es decir, a intimar con nosotros mismos, estamos más capacitados para ofrecer uno de los mayores regalos que se pueden hacer a la pareja: escucharla con el corazón.

El catedrático de filosofía Miguel Ángel Martí García escribe: “Cuando la persona con su silencio, con su mirada, con su cuerpo entero, está diciendo –habla, tómate el tiempo que quieras, que yo te escucho- se adorna de un atractivo difícilmente superable”.

Querer construir un espacio de intimidad con la pareja significa moverse por un profundo deseo de estar disponible para el otro, de saber de él, de conocer su mundo interno, su alma, de saber cómo se siente y que cosas le preocupan, de comprenderlo y cuidarlo. Demostrarle también como nos sentimos a su lado, exponiendo con transparencia y respeto los miedos y deseos que sentimos, tanto en referencia a nuestra pareja como en nuestras vidas particulares, arriesgándonos a mostrar sin reservas los sueños y esperanzas con los que fantaseamos en silencio, permitiéndonos ser sin máscaras ni falsedades delante del ser querido, sin recovecos ni escondites, ofreciéndonos al otro en la desnudez de lo que somos, una desnudez hermosa para la cual no es necesario quitarse nada de ropa, solo establecer un pacto, un compromiso, un trato: el saber que mi pareja puede contar conmigo para construir ese mundo de intimidad compartida.

De nuevo nadie mejor que un experto en intimidades como Mario Benedetti para expresarlo: “Compañera, usted sabe que puede contar conmigo, no hasta dos o hasta diez, sino contar conmigo… Hagamos un trato. Yo quisiera contar con usted, es tan lindo saber que usted existe. Uno se siente vivo”.

LA INTIMIDAD COMPARTIDA DEL DÍA A DÍA ES EL RESULTADO DEL DESEO Y DEL ESFUERZO DE AMBOS MIEMBROS DE LA PAREJA PARA CREARLA.

CUANDO CADA MIEMBRO DE LA PAREJA SE CONOCE A SÍ MISMO, ESTÁ PREPARADO PARA CONSTRUIR ESE ANHELADO ESPACIO DE CONEXIÓN CON EL OTRO




Autora:

Arantza Larraza.

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