Vivir con otro es compartir una atmósfera de enseñanza
y de aprendizaje en la que se resuelve un misterio esencial de la vida.
Hay, como hemos visto, desacuerdos que se manifiestan en nuestro interior: una parte de mí rechaza mi aspecto vergonzoso, o mi aspecto temeroso, o mi aspecto ingenuo, o mi aspecto manipulador, o mi aspecto desvalorizado; y esto se expresa como cuando digo: “No me soporto” “Estoy enfadada conmigo misma” y demás. Esos desacuerdos no se eliminan por sometimiento o exclusión de la parte cuestionada, sino mediante una metamorfosis sólo posible a partir de la acción de una energía asistencial e instrumentadora. Un cambio de patrones internos que da nacimiento a un nuevo modelo de interacción, de auto-aceptación, de aprendizaje.
Lo mismo ocurre con los conflictos interpersonales. En la vida con otro no es el temor, el control, la ira, la agresión, la vergüenza, la descalificación, la intimidación o el ocultamiento lo que resuelve un desacuerdo. Las ideas generadoras de desavenencias pueden sintetizarse así:
- Hay algo que tienes y que yo desearía tener y no tengo –paciencia, libertad, coraje, amigos, empatía, sensibilidad, desprendimiento, seducción etc.
- Miras la vida de una manera diferente a la mía.
- Quieres algo distinto de lo que yo quiero.
- Actúas de una manera en la que yo no puedo hacerlo.
- No actúas como yo lo haría en tu lugar.
Estas frase son claras e ilustrativas, que cuando aparecen, conscientes o no, generan conflictos. La madre de todas es “Quiero que seas diferente de cómo eres”. En consecuencia, las actitudes pueden ser de control, para ver si puede conseguir de la persona eso que se quiere. Sustituir, ya que no haces las cosas que se esperan, hacerlas en su lugar. Amedrentar, a ver si con amenazas consigue cambiar a la persona. Manipular, para torcer deseos, actos o sentimientos. Culpabilizar, para que eso que no haces, ni sientes, ni pienses, le mortifiquen por lo que provoca en la otra persona.
Ninguna de estas reacciones resuelve un desacuerdo, ni genera aprendizaje, ni permite zanjar situaciones de un modo trascendente. Frente a este panorama, hay poderosas preguntas que armonizan y dan recursos:
1. ¿Cómo puedo desarrollar en mí aquello que veo en ti y que me atrae y valoro? ¿Qué necesito para ello?
2. ¿Cómo puedo ayudarte para que tengas de mí aquello que quiero o necesito que tengas?
Estos interrogantes, tienen una maravillosa cualidad organizadora, armonizadora e instrumentadora. Dan sentido, dirección, propósito. Permiten ver el vínculo desde un lugar que ya no es un campo de batalla donde uno está destinado a salir vencedor y el otro condenado a terminar derrotado.
La pareja puede ser a partir de esta idea, un espacio sanador. Como dice el pensador Sam Keen: “Puede ser el mejor hospital donde reponerse de antiguas heridas”. ¿Reponerse, sanar para qué? Para construir, para sembrar, para fecundar. Comprenderlo y vivirlo así cambia nuestros paradigmas. Vivimos en una cultura que nos ha contagiado con un virus fatal: los opuestos. Blanco o negro, bien o mal, hombre o mujer, cuerpo o mente, vida o muerte, ganar o perder, todo o nada, sexo o amor. Mientras veamos la existencia bajo ese prisma, estaremos sometidos a un juego de poder. El blanco es blanco y el negro es negro. Entre ellos hay una gama amplísima. En el juego de poder, tanto caiga la aguja hacia un lado o hacia el otro, lo más seguro sea que el resultado sea empobrecedor, que se haya llegado a él por exclusiones, supresiones, eliminaciones.
El virus de los opuestos distorsiona nuestra percepción de la vida y de los vínculos. Nos lleva a creer que, en una relación –en cualquiera, ya se trate de una pareja, de padres e hijos, de amigos, socios, compañeros de trabajo…-, es inevitable someterse a él y, por supuesto, tratar de ganarlo. El otro no es el compañero de una construcción, es el obstáculo que hay que vencer, el rival que hay que someter. Y eso mismo somos para él.
Carl Jung dijo: “Donde hay amor no hay poder, donde hay poder no hay amor”. El nuevo paradigma amoroso se funda en la idea de que vivir con otro no es convivir en un campo de batalla por el poder, sino en un espacio de siembra y construcción. El amor genera amor, cuanto más amorosamente nos tratemos los convivientes el uno al otro, más memoria, más energía, más reserva de amor generaremos.
Si compartimos esta visión, no habrá riesgos de que me devores si me entrego, no correrás peligro de que yo te someta para conseguirte. Si reconocemos la legitimidad de nuestras necesidades, podremos asistirnos de un modo transformador, porque, como dice Norberto Levy: “Todo ser vivo que recibe lo que necesita se transforma”.
Al vivir con otro, somos seres vivos que formamos una pareja viva. No nos hemos encontrado para protagonizar una lucha por sobrevivir. El sentido del encuentro es cooperar para vivir. Somos creadores y participantes de una ceremonia existencial durante la cual cada uno aprenderá a reconocer aquello de sí mismo que está presente en el otro y aquello del otro que hay en sí mismo. Entonces, únicos e incompletos, irremplazables y presentes, comprenderemos que vivir con otro es la oportunidad de experimentar el todo.
Ése es, en mi creencia, el gran aprendizaje que hay que realizar, el maravilloso misterio existencial que hay que resolver.
“Yo soy yo, Tú eres Tú
Tú haces lo Tuyo, Yo hago lo Mío
Yo no vine a este mundo para vivir
De acuerdo a tus expectativas
Tú no viniste a este mundo para vivir
De acuerdo con mis expectativas
Yo hago mi vida,
Tú haces la tuya
Si coincidimos, será maravilloso
Si no, no hay nada que hacer.”
Fritz S. PerlsL (1893-1970)
Autora:
Arantza Larraza.