Me pregunto:¿Eres la sed o el agua en mi camino?...
Eres el amor, y por lo tanto eres ambas cosas…
Sed y agua…Una gustosa ansiedad
ANTONIO MACHADO
Nuestra actitud frente al amor humano, en sentido espiritual, el amor por alguien, que descubrimos en este plano, es el reconocimiento de un alma que complementa mi propia alma, algo de fuera que me completa o me expande dejando salir lo mejor de mí.
Con semejante experiencia, no es de extrañar que algunos lo definan como el lenguaje de la divinidad más interna y que otros lo consideren el eco humano del amor de Dios.
Ese amor que a veces nos cuesta entender.
Hay una historia inspirada en los Santos Evangelios, y relata el encuentro de un hombre con Jesús en el final de su vida.
-Maestro-le dice-, recorrí mi vida hacia atrás y llegué a la playa en la que te encontré una vez. Mis huellas y las tuyas estaban
impresas en la arena. Fue muy emocionante ver todos esos momentos en los que caminaste a mi lado. Sin embargo, había largos trayectos, que se correspondían con los momentos más duros de mi historia, en los que, para mi decepción, sólo había un par de huellas en la arena. ¿Por qué me abandonabas justo cuando yo más te necesitaba?
El maestro sonrió.
-¿No notaste que en esos tramos las pisadas se hundían un poco más que antes en la arena?
-Sí, maestro, y eso aumentó mi dolor. Es evidente que llevaba una pesada carga en mi espalda en esos momentos…
-Pero ¿no lo entiendes? En esos momentos, cuando tú, desesperado, te aferraste a mí, yo decidí llevarte en brazos…
Visto así, como la expresión más profunda de la entrega y la compasión, parece evidente que nuestros terrenales intentos de atraer amor a nuestras vidas dejan bastante que desear.
Hablamos de nuestra necesidad de amar en los mismos términos y con la misma actitud con la que hablamos de necesidades como comer, dormir o respirar. Cuando consideramos el amor como una función más del cuerpo no nos damos cuenta de que otra vez estamos reduciendo su concepto a una cuestión fisicoquímica, olvidando que el agua o la comida son elementos materialmente imprescindibles para sostener el cuerpo físico, pero el amor, al menos este amor que describo, pretende ser un nutriente más esencial diseñado para sostener también al alma.
Si el amor fuera sustancia, ocuparía el corazón de los hombres hasta llenar su capacidad, o con un sentimiento único y excluyente, y sabemos que no es así. No dejamos de amar a nuestros viejos amigos, cuando un nuevo amigo aparece en nuestra vida, no abandonamos a un hijo porque acabamos de tener otro, que podemos amarnos saludablemente a nosotros mismos y amar igualmente a otro ser humano.
Quienes enfrentan el amor como si fuera algo material sostienen que no es posible amar verdaderamente, sin condiciones, para siempre… Ellos son los que más frecuentemente llegan al camino erróneo, ya que terminan mezclando y confundiendo el amor hasta sustituirlo primero con el sexo y luego con las más que terrenales aspiraciones narcisistas de ser adulados, buscados, deseados o elegidos.
El amor verdadero del que aquí hablo supera esas vanidades, traspasa las barreras del tiempo y del espacio, conjugando y sumando al mejor amor propio el mejor amor a los demás. Por eso cuando expresamos que estamos carentes de amor y que no podremos vivir sin alguien que nos ame, es una verdad a medias (la carencia existe, pero la necesidad verdadera es la de aprender primero a bien amarnos a nosotros mismos, es decir, conectar a gusto con nuestra propia esencia).
Cobijado con mi relación amorosa con todas mis partes, puedo superar el temor de que alguien a mi lado deje de amarme o se aleje, puedo renunciar con facilidad a mis más egoístas y controladoras intenciones posesivas, ya que mi relación con los demás no se enfoca en lo que puedo obtener de ellos sino en lo que tengo para dar.
El amor es un sentimiento y, como tal, nunca entiende de razones ni precisa de justificantes, pero el amor más maduro llega más allá, anide en el corazón de un santo, de un pecador, de un perdido, de un ateo o de un papa, nos conecta con la entrega, con la renuncia, con la comprensión y la compasión, es decir, con el auténtico dolor por el dolor ajeno y la auténtica alegría de poder amar (no es sólo la alegría del que es amado, sino la alegría del que ama).
La base del amor real entre las personas es espiritual y por eso transcendente. Ser consciente de esa realidad es parte del amor espiritual.
El amor verdadero se da cuando existe el encuentro de almas. Ese amor del alma por el alma que es el único que tiene la posibilidad de ser eterno, ya que el alma nunca muere.
Un amor tan saludable y nutritivo que sólo puede darnos alegrías. Un amor que no incluye competencias ni celos, ni manipulaciones, ni control, ni mucho menos lucha por el poder.
Al sentirlo, las personas comienzan a liberarse de su dependencia de la aprobación, el reconocimiento o la validación de los demás. No es el resultado de la pérdida del interés por ellos, todo lo contrario.
Si uno puede amar de esta forma, hacer naturalmente algunas cosas que alegran la vida de los que le rodean se volverá un hábito primero y una forma de alegrarse después. Si existe alguna posibilidad de transformar el mundo entero en un lugar mejor (y por supuesto que existe), es a través de la visión de un amor más espiritual y de acciones individuales y colectivas que sean congruentes con ese sentimiento.
De un autor desconocido, dice así:
Cuando él rezó, yo me di cuenta de que no era de mi religión. Cuando gritó su odio, no estaba dirigido a los que yo odiaba.
Cuando se vistió, sus ropas no eran si quiera parecidas a las mías. Cuando habló, no lo hizo en mi idioma.
Cuando tomó mi mano, su piel no era del color de la mía. Sin embargo, cuando rió noté que se reía igual que como yo me río.
Y cuando lloró, supe que su llanto era igual al mío…
Autora:
Arantza Larraza.
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