¿Cómo es que, en la búsqueda del encuentro amoroso, vamos a parar a sensaciones, sentimientos y estados tan alejados del destino deseado? ¿Cómo nos extraviamos de ese modo en el camino? ¿Cuál es el proceso por el cual una vez logramos estar con alguien, después de haber perseguido de una forma perseverante tal objetivo, lo que más deseamos es alejarnos de esa persona? ¿Qué misterioso procedimiento convierte al ser más anhelado en el más detestado? ¿De qué modo una pareja que se jura amor eterno pasa a profesarse odio infinito?
¿Cómo, en definitiva, el sueño de vivir con alguien se transforma en la pesadilla de estar a su lado?
Estas preguntas que me preocupan y también me inquietan, han llegado desde experiencias personales, desde vivencias de seres cercanos y queridos, y no precisamente como terapeuta porque aún no lo he podido experimentar, pero buscar respuestas no me parece un tema secundario.
Desde que somos humanos, la búsqueda del encuentro y la complementación amorosa es lo único permanente. Aunque existan diferentes maneras de medir el éxito (hay quienes lo hacen desde lo económico, otros desde lo intelectual, otros lo confunden con la fama), ¿tal vez la verdad esencial del éxito consiste en haber experimentado el amor en la vida?.
El amor no es una energía abstracta, no prescinde de quienes lo sienten, lo alimentan, lo ejercen, lo comparten, lo plasman. El amor no es parte de la naturaleza, no preexiste en ella: es una creación de quienes aman. Y necesita de una célula básica, en cuyo núcleo hay alguien que ama y alguien que es amado. Alguien que recompensa el amor que recibe. Dos que se aman. A partir de ahí, puede ramificarse de muchas e impredecibles maneras. Pero es en esa base fundacional donde se asienta y desde donde se expande una atmósfera, un medio ambiente amoroso.
Hablar de amor es hablar del otro. Hablar del otro es hablar de mí: yo y tú son conceptos que sólo existen enlazados y relacionados el uno con el otro. El filósofo Martin Buber dice que “el instante realmente presente y pleno sólo existe si hay presencia, encuentro y relación”. Y añade:” Me realizo al contacto del tú; al volverme yo, digo tú. Toda vida verdadera es encuentro”
El desencuentro amoroso, que está tan presente hoy en las relaciones afectivas, tienen su origen en una precaria percepción del otro, del tú. Y eso a su vez, nace en una conciencia limitada del mundo interior, del yo. Cuanto menos me conozco, menos te conozco. Cuanto menos te conoces, menos me conoces. ¿Qué amor podremos construir desde esta ignorancia? El amor es conocimiento.
Creo que nos merecemos más conocimiento, más respeto, más amor.
Ahora que me encuentro disfrutando de este momento, mi tesis, plasmando mis propias experiencias y emociones, llenas de alegrías y decepciones, disgustos y esperanzas, dolor y amor. Recorriendo un camino que ha pasado por todas estas estaciones. El camino de mi aprendizaje, de mi formación personal, intelectual y amorosa. Lo que vas a leer es un camino recorrido durante veinticinco años. Ojalá te resulte útil como referencia en tu función de ingeniero de tu propio itinerario afectivo. Porque de lo que se trata en estos viajes es de llegar al lugar deseado, ése en el que un yo y un tú se encuentran, y se dan razón y sentido.
Hacer camino junto a alguien a quien amamos y conocemos, nos conoce y nos ama a su vez. Si aprendemos a sortear escollos y tempestades, no iremos a la deriva, disfrutaremos de la aventura y llegaremos al destino propuesto.
Autor:
Arantza Larraza.
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