Una contradicción compleja y desconcertante atrapa a un gran número de mujeres y hombres. Muchos de ellos están en pareja. Otros muchos, no. Muchos viven con hijos, algunos con familiares. Otros viven solos. Una gran cantidad está disconforme con sus vínculos afectivos, aspira a otro tipo de vida sentimental, reniega de su pareja o padece por ella.
Creo que las realidades son, subjetivas, porque ningún observador es ajeno a lo que observa y toda percepción de los fenómenos es una percepción, la nuestra. Según experiencias y vivencias diferentes, muchas personas coinciden en que vivir con otra persona es muy difícil y vivir solo es imposible. Esta frase describe una realidad subjetiva y verdadera.
¿De dónde nace esta percepción? ¿Qué cosas son las que hacen que resulte tan complejo convivir? ¿Por qué es penoso vivir en soledad?. Un contemporáneo nuestro, el psicoterapeuta Jungiano y ex-sacerdote Thomas Moore dice: “Los vínculos son el lugar en donde el alma cumple su destinos”. Y el filósofo Paul Tillich concluye: “El amor es el impulso ontológico hacia la unión de lo separado”. Cada una de estas frases son radios de una rueda en cuyo centro hay algo que parece ser una certeza: existimos vinculados. Somos nuestros vínculos.
Nos identificamos únicos, inéditos e irremplazables entre los seres con quien convivimos, es decir, entre todos los seres. Cada uno de nosotros es parte indivisible e indispensable del universo que nos trasciende. Somos parte de un todo. Somos también un todo en sí. Cada nombre con el que nos llamamos designa un universo, un sistema en equilibrio inestable, que todo el tiempo se autorregula, que busca mantener o recuperar la armonía de su trayectoria con un único fin: asegurar la existencia.
Del modo en que mis aspectos interiores se vinculen entre sí, de la consonancia que haya entre ellos, dependerá en buena parte de la dinámica de mis relaciones con otra u otras personas. Como es dentro es fuera. Cuanto más desafine mi música interior, más difícil resultará componer una melodía en conjunto con otra persona. A veces nos definimos con un epíteto (egoísta, generoso, miedoso, valiente, tímido, soberbio, apocado, rabioso, extrovertido, introvertido, tierno, inflexible, frío, romántico, etc. A menudo calificamos a los demás con un término. Pero en cambio, no hay un adjetivo que englobe a un individuo. Cada persona es una compleja y singular combinación de rasgos cuyo resultado, además de irrepetible, es distinto a la simple suma de sus partes. Cuando se produce un desequilibrio en ese cosmos interior y alguno de los planetas pretende o logra colocarse en el centro apartando, desplazando u oscureciendo a los demás, es cuando tendemos a mostrarnos
bajo el color de un único cristal, de un único adjetivo. Con mayor o menor conciencia de ello, ese desequilibrio generará una discordancia en nosotros mismos; nuestra interioridad será el escenario de un conflicto entre distintas partes de nosotros, en el que una desacreditará, maltratará o marginará a otra, aunque jamás logrará eliminarla ni callarla para siempre. Batalla que se manifestará como inquietud, ansiedad, disconformidad, desasosiego. La manera en que estas partes de mí, diferentes entre sí, resuelvan sus diferencias, generará un modelo para mis vínculos con el otro.
Algo ocurre con la percepción que tenemos de nuestro mundo interno, cuando entendemos los vínculos de este modo: se hace más sensible, más atenta, potenciamos nuestros recursos emocionales. Cuanto más claras y comprensibles son nuestras relaciones interiores, más ricas y plásticas se hacen; y algo similar ocurre con nuestras relaciones exteriores. Nuestros vínculos no es una entera construcción de cada uno de nosotros, ni pura responsabilidad del otro. Se trata de fenómenos sinérgicos: dos energías distintas emergen de dos universos diferentes, y producen, al encontrarse, un resultado singular.
La suerte nada tiene que ver, con la profundidad, la composición, la sutileza de estas relaciones. Son delicadas construcciones que requieren de nuestra atención, receptividad, conciencia y compromiso emocional. Soy todo y soy parte. No se puede concebir la arena sin cada grano, y cada grano es impensable e incomprensible sin el concepto de arena. Por eso mi alma sólo cumple su destino en el encuentro, al relacionarse (Moore). Por eso una fuerza centrípeta llama a las órbitas de los universos interiores, y a cada unos de nosotros como parte del universo infinito, a converger en el encuentro amoroso (Tillich). Al perder de vista esta perspectiva, al olvidar o ignorar que somos todo y somos parte, es cuando se hace difícil vivir con otro e imposible vivir solo. Vivir con otro es difícil, porque hay que armonizar formas, texturas, proporciones diferentes. Cada uno tiene que asumirse como parte de un todo. No hay dos granos de arena iguales; no habría arena sin cada uno de ellos; ellos no existirían si no existiera la arena. Vivir es relacionarse. Relacionarse es vivir. Dentro y fuera. Vivir con otro es viable cuando se convierte en una experiencia de armonización de lo diverso. Y la primera y necesaria oportunidad de comprender y conciliar lo distinto se ofrece en la captación de nuestra propia diversidad, generadora de nuestra identidad.
Hay un tipo de acuerdo interior que he aprendido a desarrollar, ha sido primero, la conciliación conmigo misma. En los aspectos que suelo sentir más presentes en mis vínculos con otras personas unas veces generosa, otras distante, prevenida, temerosa, otras creativa, tierna; aspectos contradictorios que los tengo en mi interior y que poco a poco observándolos llegan a tener su lugar en mí. Saber expresar tus sentimientos no es nada fácil, ya que por educación, por miedo al juicio decides esconderlos, a fin de no mostrar ni debilidad ni vulnerabilidad. Pero en la personalidad de cada uno seas extrovertido o introvertido, emotivo o poco emotivo, sensible o no tanto; entre ambas posturas hay tantos matices…
Expresar los sentimientos es la base esencial de la comunicación, una manera de suministrar a los demás la información adecuada de cómo nos sentimos (alegre, triste, satisfechos, felices…). Si algo nos perturba y no lo comunicamos a la larga se convierte en ansiedad. Si queremos que nuestra pareja sepa qué consecuencias tiene su comportamiento para con nosotros, tanto si son positivas como negativas, no veo otra forma de hacerlo que comunicándole lo agradable que ha sido algo, o, por el contrario, el desagrado por un hecho concreto.
Cuantas veces nos hemos sentido a disgusto e irritables, pero no sabemos exactamente por qué. Puede ser cansancio, un día lleno de dificultades o simplemente, un estado de mal humor; y sin querer atribuimos nuestro malestar al exterior causando en nuestra pareja culpabilidad, por algo que él o ella no tiene ni idea y generando malos entendidos, bien porque uno no se ha explicado o bien porque el otro no ha preguntado, creando confusión e incomodidad.
Creo que es de vital importancia en la relación de pareja, expresar tus sentimientos, ahí, como estén y no dejando que la otra persona se sienta culpable por tu modo de actuar. También importante preguntar, si se percibe un estado negativo en tu pareja, porque muchas veces no te sientes con fuerzas para expresar o no sabes cómo hacerlo. Cómo cambia la situación si se sabe comunicar, cuantos malos entendidos se pueden solucionar por saber comunicarse. Cuando nos preocupamos en exceso y se ocultan las inquietudes dejando que tu mente elabore hipótesis que se dan por válidas, sin contrastarlas, y a su vez la otra persona no confía y no expresa sus temores, las suposiciones erróneas están servidas. Muchas parejas inician una espiral de incomprensión e hipótesis erróneas de las que muchos no saben cómo salir.
Si a expensas del mal humor, cansancio, irritación he sido injusta con mi pareja, y he dicho o he hecho algo que haya podido herirle o disgustarle, lo mejor es pedir disculpas. Algo que es preciso y dejando a un lado el falso orgullo. Si no se hace, es una manera de bloquear la comunicación porque puede durar días. Hay que evitar entrar en un círculo vicioso negativo, en el que ninguno de los dos se apea de su postura. Si cada uno piensa “ si tú no haces nada o esto por mí, yo tampoco haré esto por ti”. Son situaciones que hay que cortar porque no conducen a nada bueno.
Ante un determinado problema debemos dar una respuesta y actuar conforme a ella, vamos a ocuparnos más que preocuparnos. La preocupación es una manera de dar vueltas en busca de una solución, cuando en verdad es una lucha entre nuestro raciocinio y nuestros sentimientos para adoptar la solución más adecuada.
Autor:
Arantza Larraza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario