Cuenta una historia que en una ocasión el León, el Rey de la selva, estaba muy angustiado por la cantidad de cazadores que perseguían a los animales.
El León decidió reunir un ejército para defenderse de éstos.
Buscando, al primero que encontró fue a un enorme y pesado Elefante. Buenos días, majestad, saludó el elefante.
Buenos días querido Elefante. ¿Quieres formar parte de mi ejército?, le preguntó el león. Por supuesto majestad, respondió rápidamente el elefante.
Entonces el león añadió: Tú serás nuestra gran defensa, ya que eres grande y fuerte, irás siempre por delante.
Así continuaron los dos a la búsqueda de nuevos aliados. Al poco se encontraron con el Lobo, que saludó respetuosamente: Buenos días majestad.
Muy buenos días señor Lobo, estoy preparando un ejército para defendernos de los cazadores. ¿Querrás venir con nosotros? El elefante miró al león y le preguntó:
¿De qué nos va a servir un animal tan pequeño, comparado conmigo? ...El rey de la selva, haciendo caso omiso del comentario se dirigió de nuevo al lobo y le dijo:
Tú podrás ser uno de los más feroces soldados.
El lobo aceptó sin duda alguna y los tres continuaron la marcha a la búsqueda de más soldados. De repente se encontraron con un Mono chillón y el león le formuló la misma pregunta para que formara parte de su ejército. ¿Para qué quieres a éste en nuestro ejército? no sirve para nada... comentó el lobo... Siempre será bueno distraer al enemigo, y nadie lo hará mejor que él, zanjo el león.
De allí continuaron los cuatro el camino, mientras el león comenzaba a ver cómo se iba formando su ejército.
El Burro, sentado en un punto avanzado rebuznó bien fuerte y avisó a todos de la proximidad del enemigo. La Liebre, aprovechando su velocidad, corría llevando mensajes de uno a otro. El Mono chillón distraía a los cazadores saltando de árbol en árbol gritando como solo sabía hacerlo él. Mientras tanto, el Elefante aparecía
con su trompa, rebufando hacia todos lados; detrás de él, por un lado apareció el Lobo con la espalda electrizante y enseñando los colmillos. Por el otro lado el León hizo su aparición estelar rugiendo y zarandeando su magnífica melena.
El resultado fue evidente: los cazadores huyeron tirando las armas y jurando no volver más a la selva. El león fue un verdadero líder, ya que consiguió trabajar con las fortalezas de los miembros de su equipo, aun cuando los demás veían claramente sus debilidades.
Si consiguiéramos concentrarnos más a menudo en las cualidades y no en los defectos de aquellos que nos rodean, bien seguro que nuestra vida seria más agradable.
Buscando, al primero que encontró fue a un enorme y pesado Elefante. Buenos días, majestad, saludó el elefante.
Buenos días querido Elefante. ¿Quieres formar parte de mi ejército?, le preguntó el león. Por supuesto majestad, respondió rápidamente el elefante.
Entonces el león añadió: Tú serás nuestra gran defensa, ya que eres grande y fuerte, irás siempre por delante.
Así continuaron los dos a la búsqueda de nuevos aliados. Al poco se encontraron con el Lobo, que saludó respetuosamente: Buenos días majestad.
Muy buenos días señor Lobo, estoy preparando un ejército para defendernos de los cazadores. ¿Querrás venir con nosotros? El elefante miró al león y le preguntó:
¿De qué nos va a servir un animal tan pequeño, comparado conmigo? ...El rey de la selva, haciendo caso omiso del comentario se dirigió de nuevo al lobo y le dijo:
Tú podrás ser uno de los más feroces soldados.
El lobo aceptó sin duda alguna y los tres continuaron la marcha a la búsqueda de más soldados. De repente se encontraron con un Mono chillón y el león le formuló la misma pregunta para que formara parte de su ejército. ¿Para qué quieres a éste en nuestro ejército? no sirve para nada... comentó el lobo... Siempre será bueno distraer al enemigo, y nadie lo hará mejor que él, zanjo el león.
De pronto aparecieron en su paso una atemorizada Liebre y un pobre Burro que apenas podía caminar. El león se dirigió a ellos ante la incredulidad del elefante y el lobo (...) ¿los vas a reclutar, majestad?, preguntaron al unísono.
Claro que sí rugió el león. Pero... ¿para qué? preguntó el lobo... ¿no te das cuenta que la liebre es un animal siempre atemorizado, que siempre escapa a todo correr y que este pobre burro está tan tullido que no puede ni con su peso? Estos no nos van a ayudar en nada.
Ante su asombro, el león los reclutó.
Ante su asombro, el león los reclutó.
Pasaron muchas jornadas cuando finalmente llegó el día de la batalla.
El Burro, sentado en un punto avanzado rebuznó bien fuerte y avisó a todos de la proximidad del enemigo. La Liebre, aprovechando su velocidad, corría llevando mensajes de uno a otro. El Mono chillón distraía a los cazadores saltando de árbol en árbol gritando como solo sabía hacerlo él. Mientras tanto, el Elefante aparecía
con su trompa, rebufando hacia todos lados; detrás de él, por un lado apareció el Lobo con la espalda electrizante y enseñando los colmillos. Por el otro lado el León hizo su aparición estelar rugiendo y zarandeando su magnífica melena.
El resultado fue evidente: los cazadores huyeron tirando las armas y jurando no volver más a la selva. El león fue un verdadero líder, ya que consiguió trabajar con las fortalezas de los miembros de su equipo, aun cuando los demás veían claramente sus debilidades.
El elefante veía muy pequeño al lobo.
El elefante y el lobo no veían utilidad alguna en el mono y aun menos en la liebre y el burro.
Si consiguiéramos concentrarnos más a menudo en las cualidades y no en los defectos de aquellos que nos rodean, bien seguro que nuestra vida seria más agradable.
Fuente:
Fundación Universitaria Luis Amigó
Medellín - Colombia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario